Así definía Manuel Ugarte en su libro "La patria grande", hace más de 70 años, su concepción de ser un parlamentario:
"Desde el punto de vista de la táctica, yo he creído siempre, por ejemplo, que no debemos ir al Parlamento para poner obstáculos a la obra común, sino para colaborar en ella; y que en cada diputado que no comparte nuestras opiniones no debemos ver un enemigo, sino un representante de otras corrientes, que, existiendo en el país y reflejándose en la Cámara, tienen que regular, con nuestro asentimiento o sin él, la rapidez de nuestra propia corriente.
Entiendo además, que un grupo político no debe ser una entidad flotante donde cada elector hace entrar a su capricho las reivindicaciones que más le sugestionan, sino el rígido marco que encuadra las aspiraciones bien definidas de una parte de la nación y que los programas de doble fondo, hechos para atraer simultáneamente a los tímidos simpatizantes y a los sectarios extremos, así como la acción parlamentaria que se traduce en violencias de forma con las cuales se pretende ocultar la modestia de los resultados obtenidos, no son procedimientos propios de una agrupación seria, máxime si esta se anuncia como fuerza renovadora destinada a depurarlo todo."
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