Nos cuenta Carlos D'Amico en su libro "Buenos Aires, sus hombres, su política (1860-1890) que en el año 1857 no había en la Argentina ni un metro de ferrocarriles, cuando unos cuantos estancieros ricos se asociaron para construir un riel hasta San José de Flores. Pronto los ferrocarriles se multiplicaron y comenzaron a recorrer la pampa en todas direcciones llevando riqueza, construídos por ingenieros y brazos argentinos, administrados por argentinos. Pero el entonces Gobernador Máximo Paz vio la posibilidad de negociarlos para pagar deuda, y sabía que el pueblo no iba a consentir ese despojo porque estaban administrados admirablemente, eran puntuales, económicos para el usuario y mantenían a miles de familias. Entonces:
"...la venta se decidió en el espíritu del Gobernador, y empezó a trabajar en ella con una tenacidad y una astucia que da lástima ver empleadas para poder practicar un acto moralmente delictuoso (...)
Se acercaba la hora de vender, y era necesario probarle al pueblo que los ferrocarriles no podían continuar administrados por el Estado. Entonces inventó no pagar a los empleados, para desanimarlos, para conseguir su desmoralización, y que no tomasen empeño en corregir los abusos, ni en contentar al público; y mandó que no se pagase ningún empleado con excepción de las dos principales estaciones de La Plata y el Once de Setiembre, para que la grita se mantuviera lejos, y nadie se ocupara de ella.
Cuando el desaliento había llegado a su último extremo, que parecía que todo se caía a pedazos, y por primera vez la empresa hubo perdido doscientos mil pesos en tres meses, y sus rentas no alcanzaron a pagar sus deudas, se le ocurrió esta perversidad: no pagar a los maquinistas y foguistas. Naturalmente estos pobres obreros que no contaban para mantener a sus familias, con más recursos que su sueldo, se declararon el huelga, y el tráfico se suspendió; y los viajeros obligados por sus negocios produjeron una explosión en el público; y sucedió con el ferrocarril, lo que con aquellos esclavos que recibían palos y puntapiés, porque sus cuerpos ostentaban las llagas hediondas producidas por el látigo injusto del amo cruel; el número infinito de estultos echó la culpa a los ferrocarriles, de los desmanes de Paz; y éste aprovechó la circunstancia para hacer pasar la ley disponiendo su venta. (...)
Tantos millones se escribieron, tantas promesas de futura felicidad se hicieron, que el pobre pueblo, el verdadero Juan Lanas de todas estas maniobras, llegó a anhelar la venta del ferrocarril, con la misma angustia con que el náufrago perdido entre las olas del inmenso mar ansía la tabla de salvación"
No hay comentarios:
Publicar un comentario