Si de pronto nos encontramos leyendo estas páginas, vamos a ver situaciones que nos resultan familiares, salvando las distancias y lo característico de la época. Dice Hernández Arregui en su libro "Imperialismo y cultura":
"A raíz de 1930 las clases medias y proletarias sufrieron rudamente el golpe. Los escasos avisos clasificados de los diarios con ofrecimientos de empleos promovían caravanas de postulantes, en su mayoría hombres jóvenes. En los bares, los parroquianos se sentaban alrededor de una taza de café solitaria. Era una convención aceptada no convidar con cigarrillos. Los más infructuosos trabajos de corretaje, de pólizas de seguros, de ventas de terrenos a cuotas, de cortes de casimires, libros a crédito, de baratijas domésticas estrafalarias, eran ensayados por miles de porteños en un peregrinaje inútil por la ciudad sin dinero. En aquellos días la delincuencia aumentó bruscamente. La prostitución ponía su nota provocativa y triste en los burdeles del bajo, en la calle Corrientes, con sus concentraciones pesadas de mujeres extranjeras y perfumes en los cafetines de la calle Maipú, entre la complicidad de los inspectores municipales, la soledad de los hombres solos, las nostalgias macilentas de los estudiantes nocturnos y la mirada impávida de los proxenetas. Los taxímetros desocupados marchaban en fila, atisbando el viaje de 50 centavos las diez cuadras, durante la larga noche porteña que se animaba algo de madrugada a la salida de los cabarets. La ciudad de entristeció. Se tornó callada. ....................................................................................................................
En los suburbios la miseria proletaria veía crecer en los baldíos a los réprobos de la calle. Allí, entre imprecaciones del padre borracho y de la madre ajada, entre hondazos a los faroles y promiscuas aventuras, las pandillas quemaban los días grises del pobrerío entre el pequeño hurto o la abierta delincuencia. En Puerto Nuevo funcionaba la olla popular para los desocupados. El sentimiento de derrota fue característico de esta época. Se sabía en silencio, con resignación o rabia, que el país no pertenecía a los argentinos."
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