"Alguien ha venido hoy a verme y me ha dicho: —Juzgue usted mismo, señor. Yo había fundado con mis ahorros y algunos pequeños capitales amigos una fábrica; pero fueron tales los impuestos y las trabas, que me arruiné, y tuve que renunciar a ser fabricante. Ahora vendo el mismo producto importado, y gano el dinero que quiero. ¿Qué criterio económico es este? Un argentino fracasa cuando elabora productos nacionales, cuando aumenta la riqueza común, cuando da ocupación a los obreros del país; y ese mismo argentino prospera cuando se pone al servicio de una fuerza económica extraña, cuando contribuye a que su país sea tributario, cuando alimenta a los obreros de Londres o de Nueva York. Confieso, señor, que no comprendo una palabra. Los programas financieros, ¿se harán en el manicomio?
La protesta no puede ser más justificada. Lo que ocurre entre nosotros con las industrias nacionales es algo paradojal.
En momentos en que los pueblos llegan hasta desencadenar guerras enormes para dominar los mercados mundiales y colocar el excedente de los productos de su industria, nosotros estamos sofocando y combatiendo la vida propia que surge en el país espontáneamente. En Europa y Norteamérica se rodea a la industria de cuidados; aquí se la hostiga.
Un extraño idealismo librecambista ha llevado a ciertos hombres públicos a ahogar por teoricismo los brotes que surgen al conjuro de la fuerte salud de nuestra tierra, olvidando que los pueblos que no manufacturan los productos nunca son pueblos verdaderamente ricos, sino pueblos por donde la riqueza pasa, puesto que, lejos de quedar esta en el país, tiene que ir al extranjero, a cambio de lo indispensable para subsistir.
(...) ¿Por qué hemos de renunciar al deseo de igualar a otros pueblos, al orgullo de bastarnos, a la fabulosa prosperidad que nos espera? El grado de civilización, de capacidad económica, de eficacia activa de los países se mide por su aptitud para transformar los productos de la tierra. Los que solo exportan materias primas son, en realidad, pueblos coloniales. Los que exportan objetos manufacturados son países preeminentes.
(...) No nos dejemos detener por las observaciones primarias de los economistas, que solo ven el momento en que se encuentran y la ventaja inmediata.
Los que arguyen que aumentará el precio de los artículos olvidan que, precisamente desde el punto de vista obrero, la industria resulta más necesaria.
Abaratar las cosas en detrimento de la producción nacional, es ir contra una buena parte de aquellos a los cuales se trata de favorecer, puesto que se les quita el medio de ganar el pan en la fábrica. Disminuir el precio de los artículos y aumentar el número de los desocupados resulta un contrasentido. Interroguemos a los millares y millares de hombres que hoy pululan en las calles buscando empleo a causa de las malas direcciones de la política económica; preguntémosles qué es lo que elegirían: vivir más barato o tener con qué vivir. ¿De qué sirve al obrero que baje el precio de los artículos, si no obtiene con qué comprarlos?
El temor a la vida cara es uno de los prejuicios económicos más atrasados y lamentables. La vida es siempre tanto más cara cuanto más próspero y triunfante es un país. Todo se abarata, en cambio, en las naciones estancadas y decadentes. La vida es barata en China, y cara en los Estados Unidos. Pero como los salarios van en proporción con la suma de bienestar de que esos grupos disfrutan, la única diferencia es que unos pueblos viven en mayúscula y otros mueren en minúscula."
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