En el libro "Utilidad, deseo y virtud. La formación de la idea moderna del trabajo." Fernando Díez cita al economista del siglo XVIII Simon Clicquot-Blervache, en el texto que comparto. Y no puedo dejar de preguntarme ¿En qué momento fue que los comerciantes perdieron todo pudor y utilizan descaradamente todo tipo de argucias para estafarnos? ¿Y cuándo fue que nos acostumbramos tan dócilmente a tolerarlo todo?
"Si es verdad que todos los esfuerzos del fabricante o del mercader tienden a aumentar su capital, no es menos cierto que no es mediante una ganancia ilícita y momentánea como pueden llegar a reunir una fortuna sólida y constante, sino por la continuidad no interrumpida de unas ganancias módicas y limitadas en los justos límites de la honestidad.
Dado que es útil para el negociante el asegurarse la confianza de sus corresponsales, y que no puede conservarla más que mediante la probidad y la buena fe, es cierto que el deseo mismo de ganar le compromete y le fuerza a no engañar. Se trata de un freno tanto más poderoso cuanto que está inscrito en la naturaleza del interés personal."